Dicen
algunos que la fidelidad estaría perdiendo su sitial de privilegio entre
los requisitos que sustentan una relación de pareja. Sin embargo,
existen sitios en Internet cuya condición de funcionamiento es la
fidelidad. “Ten una aventura”, proponen algunos websites: ofrecen
contactos entre personas ya comprometidas, cuya demanda consiste en la
garantía de que un encuentro no arrastrará derivaciones impredecibles.
Entonces, lejos estamos del acceso a la madurez que supondría cierta
relativización de los celos. Porque más que propiciar aventuras, estos
dispositivos parecieran asemejarse a prácticas de control. Lo cierto es
que este siglo encuentra a las personas mucho más vulnerables ante
cualquier sospecha que insinúe la pérdida de exclusividad. Desilusiones y
escándalos se desatan a partir de la información que circula en las
redes sociales. Una simple foto puede originar disgustos mayúsculos. Y
ni hablar de los mails que “quedan abiertos”: sorprendente modalidad de
confesión inconsciente, muy propia de nuestros días, en que el
ciberespacio filtra información más allá de nuestras intenciones
manifiestas.
¿Qué hay entonces tras esta cauta infidelidad que se auspicia en la
web? ¿No será que, en realidad, padecemos un exceso de satisfacción? El
imaginario que hoy determina las relaciones entre las personas se
acompaña de un muy raro empuje. Aquella frase de Luca Prodan, “No sé lo
que quiero pero lo quiero ya” ilustra las expectativas que prevalecen en
la actual subjetividad. Es que, sea en su versión trágica o feliz, el
amor, desde siempre, se apoya en dos dimensiones: el deseo y la
satisfacción. No hay uno sin la otra. Y sin embargo, ambos transitan por
carriles tan divergentes que rara vez encuentran un cauce común.
Mientras la satisfacción precisa la posesión del objeto, el deseo es
hijo de la carencia. Si la satisfacción es correlativa de la seguridad,
el deseo se alimenta de la contingencia. Si la seducción es compañera
del deseo y la palabra, a la satisfacción le basta el mutismo de la
saciedad. Es que mientras el deseo apuesta a lo nuevo, la satisfacción
es conformista y conservadora.Por eso, celebro cualquier dispositivo que propicie el encuentro entre las personas, sobre todo si éstas albergan algún resquicio para la sorpresa o la contingencia. De lo contrario, la “aventura” de los cautos infieles haría necesaria la creación de un sitio para los que quieren ser infieles a los infieles, y así sucesivamente, en una suerte de infinitización que atestiguaría el carácter imposible de la satisfacción que rechaza el deseo. ¿Qué dosis de vértigo, riesgo o emoción puede haber cuando, desde el vamos, está descartado lo imprevisible del encuentro?
Es aquí donde se produce el espejismo que algunos traducen como superación o desestimación de la fidelidad. El ansia de satisfacción es tan grande que ya no importa con quién estamos. Los síntomas están a la vista: hastío, aburrimiento, vacío, soledad, depresión, impulsiones, angustia e... insatisfacción. Para que algo cobre valor es necesario abrir la vía del deseo. Alguien nos enamora cuando su decir o presencia nos revela una carencia que desconocíamos en nuestro ser. Eso es la herida de amor, sin la cual no hay aventura que se sostenga en el tiempo. El deseo no son nuestros caprichos: hoy esto, mañana aquello. Consentir al deseo supone elegir, y elegir siempre implica perder algo. La única y verdadera fidelidad es con nuestro deseo.
* Psicoanalista. Hospital Alvarez.
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