Carta de Sigmund Freud a su mujer, Martha Bernays
Carta de Sigmund Freud a su mujer, Martha Bernays
“¡Oh mi querida Marty, qué pobres somos! Imagina que anunciásemos al
mundo nuestro proyecto de compartir la existencia y que el mundo nos
preguntara: cuál es vuestra dote? Nada, aparte de nuestro mutuo
amor.¿Nada más? Se me ocurre que necesitaríamos dos o tres pequeñas
habitaciones para vivir, en las que pudiésemos comer y recibir a un
huésped, y una estufa donde el fuego para nuestras comidas nunca se
extinguiese.¡Y la cantidad de cosas que caben en una habitación! Mesas y
sillas, camas y espejos, un reloj para recordar a la feliz pareja el
trascurso del tiempo, un sillón en el que soñar felizmente despierto
durante media hora, alfombras para ayudar al ama de casa a mantener
limpios los suelos, ropa blanca atada con bellos lazos en el armario y
vestidos a la última moda, y sombreros con flores artificiales, cuadros
en la pared, vasos de diario y otros para el vino, y para las fechas
señaladas, platos y fuentes, una pequeña alacena por si nos viéramos
súbitamente atacados por el hambre o por una visita, y un enorme manojo
de llaves con ruido tintineante. Y habrá muchas cosas de las que
podremos disfrutar, como los libros, y la mesa donde tú coserás, y la
hogareña lámpara. Y todo debe ser mantenido en buen orden, pues en caso
contrario el ama de casa, que ha dividido su corazón en pequeños
pedazos, uno por cada mueble, comenzará a salirse de sus casillas. Y tal
objeto atestiguará el serio trabajo sobre el que se basa la unidad del
hogar, y tal otro dará testimonio del placer que nos depara la belleza, o
evocará a los amigos queridos que a uno le gusta recordar, o a las
ciudades que uno ha visitado, o a las horas que uno rememora con placer.
Y todo este pequeño mundo de felicidad, de amigos intangibles y de
concreciones de los más elevados valores humanos, pertenece todavía al
futuro. Ni siquiera se han puesto los cimientos de la casa y no existen
hoy sino dos pobres criaturas humanas que se quieren con delirio.
¿Hemos de permitir que nuestros anhelos se centren en cosas tan
pequeñas? Sí, sin duda alguna, mientras no llame a nuestra puerta
silenciosa ningún acontecimiento que rebase nuestra volición. Y por
supuesto, tendremos que seguirnos diciendo el uno al otro todos los días
que aún nos amamos. Cuando dos seres humanos que se quieren no
encuentran ni los medios ni el tiempo preciso para decírselo
respectivamente, es una tragedia. Tiene que llegar el infortunio y el
desacuerdo para que se produzca una definida reafirmación de los
afectos. No se debe ser tacaño con el amor, pues la porción de capital
que se desembolsa va renovándose a través del gasto mismo. Si no se toca
el capital durante demasiado tiempo, disminuyen imperceptiblemente los
caudales o se enmohece el candado. En tal caso, el tesoro queda allí
dentro, pero es inutilizable…”
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